Solas y pobres. Así vive la mayoría de las personas mayores en México: condenadas a no gozar de seguridad social, buenos servicios de salud ni pensión, y lejos de su familia. La escasez de relación con los hijos percibida por las personas mayores, tanto en cantidad como sobre todo en intensidad y calidad de afecto, representa un importante motivo de frustración en esta etapa de la vida.
En efecto, la vejez es una etapa en la que suceden una serie de pérdidas que facilitan la aparición del sentimiento de soledad que se describe como el convencimiento apesadumbrado de estar excluido, de no tener acceso a ese mundo de interacciones, siendo una condición de malestar emocional que surge cuando una persona se siente incomprendida o rechazada por otros o carece de compañía para las actividades deseadas, tanto físicas como intelectuales o para lograr intimidad emocional.
En México, de los 13 millones de personas mayores de 60 años y más que componen la población, el 20% afirman sufrir diferentes grados de soledad no deseada. Estas cifras aumentan dramáticamente cuando la persona mayor tiene más de 75 años, alcanzando el 60%.
La realización de acompañamientos individuales y actividades lúdicas grupales puede ser la respuesta al vacío que puede dejar el aumento de tiempo libre provocado por la jubilación y las enfermedades.
Salir al paso de la soledad no es exclusivamente una responsabilidad de la persona mayor o de la familia, sino de la sociedad en su conjunto. Ésta debe sensibilizarse ante este problema generando y desarrollando programas de prevención y control sobre la soledad y el abandono.
En este sentido, el apoyo emocional es clave, un acompañamiento que brindan las personas voluntarias que conforman Amigos de los Mayores - México. El acompañamiento emocional y las actividades de socialización favorecen la autonomía, confianza, socialización y participación comunitaria de las personas mayores.
Este acompañamiento se basa en reconocer a la persona y aceptar lo que la hace única; respetar su dignidad e intimidad; es dar valor a su vida y ayudarla a redescubrir su potencial, permitiendo que exprese sus deseos e inquietudes; es caminar a su lado respetando su evolución y ritmo, adaptarse a sus necesidades y detectar posibles recursos que repercutan en su bienestar físico y emocional; es, en definitiva, que sienta de nuevo que forma parte vital de la sociedad.